El 20 de diciembre de 1506, tres meses después de la muerte de Felipe, se inició el capítulo más famoso y conocido de la vida de Juana, cuando ordenó la exhumación del cadáver de su marido, sepultado en la
Cartuja de Miraflores, porque recordó que él había querido ser enterrado en Granada. No sólo ordenó la exhumación, sino que además, se empeñó en abrir el ataúd en donde estaba el cadáver porque quería asegurarse con sus propios ojos de que éste no había sido cambiado por otro y que estaba efectivamente muerto. Empezó entonces una macabra procesión tras el féretro de su marido de pueblo en pueblo por Castilla, acompañada de una gran comitiva compuesta por prelados, eclesiásticos, nobles, caballeros y mucha gente de a pie. Y ... "andábase solamente de noche, porque una mujer honesta, decía Juana, después de haber perdido a su marido, que es su sol, debe huir de la luz del día" (3). No permitía a ninguna mujer que se acercase al féretro. Durante este recorrido sin rumbo fijo solía ordenar de vez en cuando que abrieran el féretro, para asegurarse de que efectivamente era su marido y no otro, quien aún yacía en él. A su fama, que venía ya de por sí precedida como la de una mujer inestable "con falta de seso", se sumó este comportamiento, que constituyó a los ojos de todos la prueba definitiva y pública de su locura. Desde entonces fue conocida por todo el mundo como Juana "la Loca". La procesión iba de un pueblo a otro, entre otras cosas, porque había una epidemia de peste y según los iba alcanzando el cortejo tenía que moverse rápidamente a un lugar más seguro. La reina solamente descansó unos meses para dar a luz a su hija menor el 14 de enero de 1507 en Torquemada. Después, el séquito continuó errante hasta que se estableció durante unos cuatro meses en Hornillos. Aquí se unió al grupo Fernando, el hijo de Juana, probablemente a petición de la propia Reina, quien había permanecido hasta entonces bajo la custodia de los Reyes Católicos (4).
En esta conducta se observa claramente un estado delirante de naturaleza paranoide que lleva a Juana a sospechar de todos y a temer, especialmente, que lleguen a suplantar el cadáver de su marido. Durante estos meses se acrecentó su deterioro con respecto a su propio arreglo, higiene y cuidado de sí misma.
Demencia de doña Juana de Castilla
Fernando, su padre, regresó a la península y el 29 de agosto se encontró nuevamente con su hija. La fúnebre procesión había durado 6 meses, con un alto de cuatro meses en Hornillos. El reencuentro de Juana con su padre fue muy emotivo y tierno por parte de ambos (2,4). Pero una vez que se aseguró del estado mental de su hija, Fernando tomó con mano fuerte y firme esta segunda regencia. Durante más de un año se dedicó a pacificar el reino, lo que le llevó de un lugar a otro en compañía de su nieto Fernando, quien ya no se separaría de su lado hasta la muerte del regente (4). A principios de 1509 regresó a Arcos donde había conseguido trasladar a Juana. En esta población el estado mental de Juana había empeorado cada vez más. Dormía en el suelo, no se cambiaba de ropa ni se lavaba, ni siquiera la cara. Estaba apática, abúlica y no cumplía ni con sus deberes como reina, ni con sus deberes religiosos: "Come estando los platos en el suelo sin ningún mantel ni bajalezas. Muchos días se queda sin misa, porque al tiempo que la ha de oyr ocúpase de almorcar." (25)